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Ya desde niño, Falla era serio, enigmático, taciturno e independiente, su imaginación desbordante le permitía crear su propio mundo interior en el que refugiarse.
Su salud, fue bastante precaria y algunas de las enfermedades que padeció, pudieron afectar a su mente, convirtiéndolo en un ser lleno de obsesiones, supersticiones y manías.
Alguna de estas manías son ciertamente curiosas:
- El polvo: Cuentan que un día su amigo Manuel Ángeles Ortiz fue a visitarle, cuando llegó a la casa, vio a lo lejos a Falla que iba hacia allí. Entonces Ortiz lo esperó, pero ante su asombro Falla se quedó esperando también un buen rato, quieto, tapándose la boca con un pañuelo. La explicación no era otra que acababan de barrer las calle y hasta que no comprobó que se desvaneció la última mota de polvo no continuó caminando.
- La luna: Puede que esta superstición se la deba a su nodriza, pero lo cierto es que Falla le atribuía sus crisis nerviosas y las hemorragias.
- La higiene: Continuamente se lavaba las manos con jabón de glicerina y luego se las frotaba con alcohol, con lo que se provocó una dermatitis crónica que hacía que le sangraran con facilidad, llegando a manchar el teclado. Hervía el agua, desinfectaba el piano con alcohol si lo tocaba otra persona y dedicaba hasta cinco horas cada día a este menester. Se cepillaba los dientes, el mismo número de veces y de minutos.
- Los horarios: Era tan exagerado con los horarios, que cuando su hermana rompió una pierna hubo que esperar al momento oportuno para comunicárselo.
- Las moscas: En su casa no podía haber más de dos moscas, dos podían ser consideradas de la familia y si aparecía alguna intrusa podía traer alguna enfermedad, por lo que había que deshacerse de ella inmediatamente.
- Su números era el 7: Estaba convencido de que su vida se dividía en períodos de 7 años, por ejemplo, en Cádiz habría vivido sus primeros y segundos 7 años, 7 viviría en París, los terceros 7 entre Cádiz y Madrid…, otros 7 en Argentina, donde murió.