El gran Rigodón
El amor a la música y las ganas de vivirla como parte de nuestros distintos proyectos vitales es de lo que trataré en este post. No es lo mismo vivir la música, que vivir (o subsistir) de la música, vivir con la música, vivir en la música o sobrevivir a ella. El mero contacto con la música, constante o eventual, voluntario o indeseado, como profesional o como diletante, no garantiza la experiencia profunda que esta forma artística comprende. No todo el mundo dedica su vida a la música, pero todos los humanos convivimos con ella y somos musicales. La música es un rasgo intrínsecamente humano y ha sido un factor clave en nuestra evolución como especie. Es, con el lenguaje hablado, un elemento clave de comunicación, de cooperación y de supervivencia. Ningún otro animal hace música, ni habla, ni razona. La música expresa nuestra vitalidad, alegría y fuerza interior. Cuanto más felices somos, más ganas tenemos de cantar, bailar y tocar.
Aunque aporta enormes satisfacciones, vivir la música supone grandes exigencias: esfuerzo, constancia y sacrificio. Para empezar requiere, según sabios estudios, no menos de 10.000 horas de intensa preparación. Las exigencias no pesan mientras se mantiene la ilusión, pero eso no siempre se consigue. A ello se suma el anhelo de perfección, de superación. Son cargas fáciles de olvidar ante las recompensas que recibimos en este quehacer. Aun así, tras el trabajo continuado y necesario acecha otra amenaza: la rutina. La rutina reduce el arte a mero oficio, y confunde la inspiración con la habilidad. Tales deslizamientos pueden generar decepciones al frustrar objetivos mal definidos.
Por eso es importante reflexionar sobre lo que supone vivir la música y cuáles son las sensaciones que nos produce esta elección. La música nos hace experimentar muchas sensaciones contrapuestas: satisfacciones y decepciones, seguridades e incertidumbres, unión y soledad. Quienes nos dedicamos a la música conocemos bien ese vaivén que nos hace vivir con más pasión e intensidad. Habría que ser insensibles, de corcho, para no percibirlo. El músico vive muchos contrastes emocionales porque juega con sentimientos que no solo están en la música, sino en su forma de vida. Acudir a la reflexión de vez en cuando nos ayuda a recuperar un cierto control y estabilidad. La música pone en danza razón y corazón en un gran rigodón no exento de ciertos peligros, que podemos prevenir y conjurar para obtener lo mejor de ella. El premio es una fructífera sinergia entre las distintas facultades humanas.
Por Víctor Pliego de Andrés
Catedrático de Historia de la Música del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.